jueves, 16 de agosto de 2012

Así comenzó todo…




Esta historia comenzó el verano pasado.

Desde el balcón de mi casa, podía ver como mi hermano y sus amigos pasaban horas y horas andando en bicicleta por el Barrio La Tablada.

Algunos días daban vuelta a la manzana, otros los recorrían de punta a punta, y otros tanto, se quedaban en la vereda, arreglándola, para dejarla espléndida, para que todos los vecinos la miren al pasar. Y entre aerosoles, tornillos, cámaras y herramientas, se entrelazaban las risas y bromas de estos adolescentes. Siempre me preguntaba, porque no elegían otro lugar de la ciudad para andar, qué les llamaba tanto la atención para que siempre recorran el mismo lugar. La respuesta no se hizo esperar: ese lugar, era su barrio.

Un barrio, que para los demás ciudadanos de Rosario era sinónimo de inseguridad, para ellos resulta todo lo contrario: La Tablada los vio nacer, crecer, les dio amigos y sus primeros amores. Cada manzana tiene un significado, cada rincón de ese barrio está marcada por una anécdota diferente.
A ellos, no le importa el qué dirán, y dicen con orgullo a que barrio pertenecen, aunque la mayoría siempre les da la misma respuesta: “Bastante feo ese barrio”. Si por ellos fueran, defenderían el barrio con capa y espada.

Cómo una década me separa de mi hermano, y según él “yo estoy fuera de onda”, me pareció muy buena idea poder pasar más tiempo con él y plasmar sus historias en un papel.

Pero lo que ocurrió el jueves 17 de mayo, hizo ratificarme una vez más, que tenía que contar la historia, para contarle a la sociedad, que no importa de dónde se viene, y adónde se vive, un hecho de inseguridad, no puede marcar para siempre un barrio:

Como todos los jueves, salí de mi casa para ir al gimnasio. Eran las 16 horas, por lo tanto la tranquilidad del barrio era absoluta: estaban en plena siesta. En la esquina de Bv. Seguí y Necochea, un patrullero detiene a cuatro chicos que caminaban por el barrio.  El policía, los arrima a la pared. Me quedó mirando la escena desde la puerta de mi casa. Los cuatro vestían igual: conjunto Adidas, zapatillas deportivas y gorras de diferentes colores. El policía agarra la cachiporra y comienza a pegarle en la espalda a uno de los chicos (todos eran menores de edad). Nunca pude entender como mis piernas cortas, llegaron tan rápido a la esquina, dónde sucedía la escena. Le pedí al policía que pare de pegarles –ya todos los chicos  estaban en el suelo estremecido de dolor- y me dice: “Tengo órdenes de arriba de que todo chicos con gorra de este barrio, tiene que ser llevado a la comisaría”, y ¿por qué les pega?, le pregunté. “Para que aprendan. Este barrio es inseguro gracias a ellos”, respondió.  Luego todo fue descontrol. Los vecinos más cercano se acercaron a repudiar los dichos del policía, que al final me los dejó en guarda a los adolescente, y se retiró al grito: “Total yo vivo, en el centro, ustedes son los que viven acá, cuando les pase algo no me vengan a reclamar”. Los chicos (Tute, Mateo, y otros  dos que no me acuerdo el nombre) me agradecieron, y se fueron cada uno a su casa. En ese instante, mi hermano baja del colectivo, después de una larga jornada escolar. Tiene puesta una gorra Nike violeta con la pipa plateada. Siempre me pregunté que hubiese pasado, si ese día yo no estaba ahí y mi hermano, no estaba en la escuela.
Esa historia marco un antes y un después. Ahora si tenía que escribir. Y la primera duda que me vino a la cabeza, fue porque están tan mal catalogados, los adolescentes de un barrio, cuando con mis propios ojos, puede ver que no le hacen daño a nadie. Y entendí: nadie, jamás, se sentó a escucharlo a ellos.

La entrevista se realizó el lunes de 2 de julio, en la vereda de mi casa. Si bien, fue difícil que comiencen a hablar, luego de varios minutos, fueron perdiendo la timidez, y empezaron a mostrarse cómo son. Había que parar cada cinco minutos, porque llegó un momento que se pisaban entre ellos, y hablaban todos juntos, pero de a poco nos fuimos organizando. La entrevista duró dos horas.

Lo más gracioso, fue lo que vino después: cómo la tecnología no está en sintonía conmigo, sin querer apreté un botón que no correspondía del grabador, y ¡se borró todo!. Así que la tuvimos que volver a hacer.
Para ese entonces, ya había pasado un mes. Estaban tan emocionados por la entrevista anterior, que corrieron la voz, a otros. Ese día esperaba a 6 chicos, pero grata fue mi sorpresa: cuando me bajé del colectivo y me esperaban sentados en el umbral, 16 personas. Si la otra entrevista, fue desorganizada, con esta tarde cinco horas en hacerla, en el medio las gaseosas y las papas fritas, eran el plato del día. Y a pesar, de que sabían que se trataba de  un trabajo para la facultad, todos preguntabas si la entrevista saldría en La Capital. Me lo preguntaron tantas veces, tan ansiosos, excitados y positivos que pienso, que ellos mismo, ¡van a terminar llevando la historia a La Capital, para que lo publiquen!.

Durante toda la recolección de datos, creé un grupo en Facebook, Los Chicos de Necochea (Primero el grupo se llamaba Los Pibes de Blt (Barrio La Tablada), luego se cambió a Los chicos de Necochea, y después terminó siendo LOS PIBES DE NECOCHEA Y GARIBALDI), dónde cada uno escribía lo que quería. Así puede juntar decenas de fotos, comentarios, además desde allí le realicé preguntas a cada uno, para una pequeña biografía y para poder conocerlos más. En ese lugar, me enteré de sus gustos y preferencias, cuáles eran sus canciones favoritas, que otro grupo de chicos le hizo una canción al barrio, que se juntan los viernes a jugar a la Play, entre otras cosas. Luego de la nota final del trabajo, el grupo de Facebook, quedará como vía de comunicación para ellos. Lo mismo pasará con el blog que se creó.

El próximo verano, estos adolescentes, crecerán. Si bien faltan seis meses para que el verano se aproxime, los adolescentes, tal como diría mi abuela, “crecen rápido”. Y no recorrerán más el barrio en bici, esta vez, más crecidos, más “grandes”y gracias a los padres, que trabajaron duro para comprárselas, la moto transportará a estos chicos por el barrio. Algunos ya la tienen, y se pasan lo que queda del invierno tuneándolas y otros, estudian a más no poder, ya que solamente si pasan de año en el colegio, la tendrán. Acá, termina mi historia, pero, para ellos comienza otra, que esperan, pueda ser contada.

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